Fugitivos urbanos
Era su mirada el sonido acuático de ecos intrauterinos y la mía un órgano osificado que impedía el porvenir. Había animales gigantescos merodeando el cielo y bajo su negrura transcurrían nuestros encuentros clandestinos. Calle abajo nos deslizábamos el uno al otro, permitiendo las secuencias de calladas fantasías, como un par de mecanismos rotos entre el incesante merodear del aceite y la gasolina, acurrucados en una esquina de la ciudad, inventando un nuevo sentido para el día. Yo le dije: "¿quieres jugar conmigo?, no haré trampa, conozco las reglas y si quieres puedo crear otras; si algo sale mal, prometo dejar reconocible tu cuerpo". Ella sonrió reluciendo sus afilados dientes, retrayendo sus garras. Alcancé a ver la empuñadura del cuchillo brillarle entre el vestido. Con mi voz, le cincelaba estatuas de la realidad, mientras me acariciaba el pecho con el filo de la hoja.
Nos introducíamos en los edificios y, ocultando el equipaje de la carne, esperábamos a que cerraran la entrada, escondidos de los vigilantes. Luego llenábamos el vacío de este mundo reventando las envolturas, vaciando los contenidos, permitiendo a nuestra presencia recorrer pasillos y escaleras, ventanas y puertas, silencio y sombra. Cuando abrían, caíamos como gotas de lluvia al mar, entre la gente, dejando secar al sol la nostalgia por la soledad perdida.
Nos introducíamos en los edificios y, ocultando el equipaje de la carne, esperábamos a que cerraran la entrada, escondidos de los vigilantes. Luego llenábamos el vacío de este mundo reventando las envolturas, vaciando los contenidos, permitiendo a nuestra presencia recorrer pasillos y escaleras, ventanas y puertas, silencio y sombra. Cuando abrían, caíamos como gotas de lluvia al mar, entre la gente, dejando secar al sol la nostalgia por la soledad perdida.
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