miércoles, octubre 20, 2004

Días de muertos

Correr por callejones, detenerse en las esquinas, rodear los escombros del lote baldío, pasar por las láminas, los caminos de tierra han dejado su huella en tus zapatos. Santorales. Santo Niño, San José, San esto, San lo otro. Entre canales de riego dibujados en el tapiz del mundo, cuando éste es una jícara volteada. El polvo, el inmenso polvo todo cubre, en todas partes entra, como un medio ambiente en el cual te desenvuelves, nadas, respiras, caminas. Nos une incluso por medio de los pensamientos que desempolvamos al hablar.

El rocío de la segunda madrugada del recién nacido noviembre comienza a asentarse, unos pasos apresurados rompen su silencio de estrellas. El Chory corre por su vida. A pesar de sentir chilo, pues fumó un churro de mota, sabe que su única esperanza es llegar al canal América, a ver si alcanza a cruzarlo. Se acuerda de las últimas tres horas, cuando después de internarse en la zona rural de Caléxico, para esperar en la carretera a los coyotes que lo iban a llevar a Yndio, lo torcieron unos migras bien piratas quienes luego luego sacaron las fuscas y se pusieron a disparar.

Doña Refugio termina de coser la prenda. Agarra otra. Tantos años cosiendo ajeno le dieron maña, pero la diabetes, los riñones no la dejaron jalar en las maquilas. El marido la abandonó, las hijas se fueron, nomás se quedó con el más chico, asesinado hace un año. Está sola, con su Singer regalo de su hijo muerto. Deja a un lado la prenda a medio coser y va por una caja de retazos. Tiene ganas de coser algo bonito, de coser hasta el amanecer.

La Memoria, atestada frontera...

Toda esa zona olvidada de Mexicali, el poniente de la ciudad. El polo opuesto al flamante desarrollo de villas residenciales apuntando a la nueva garita por construirse, quizás el otro año, mil novecientos noventa y cuatro. Villa Colonial, Villa Dorada, Villa esto, Villa lo otro. Por toda la ciudad pulula la publicidad de empresas constructoras, en los bulevares los espectaculares carteles simulan ventanas hechas al cielo para ver el futuro de tu familia, jóvenes parejas de recién casados que quieren su casa hecha, lista a ser habitada con un ingreso familiar mensual mínimo de tres mil nuevos pesos, perfiles de profesionistas recién egresados, recién colocados, clasemedieros nos-urge-casa-los-dos-trabajamos-queremos-todos-los-servicios-y-no-perder-status. El oriente de la ciudad, los últimos metros cuadrados disponibles dentro de un mínimo de prestigio social.

Pedro de siete años se baja los pantalones, los calzoncillos rotos, toma asiento en la orilla de la letrina, piensa en la niña que conoció en el tren hacia Mexicali. Tenía los ojos verdes, le miró los calzones cuando jugaba con ella. Empieza a balancearse porque escucha la radio de los vecinos - ...ta ra, ta tara ¡uuuu...! - Pedro se va de paso, cae por el hoyo de la letrina hacia un mundo ciego, hecho de olores y sensaciones viscosas.

La Vida, vieja indocumentada...

A medio camino del canal, les grita a ver si nomás lo arrestan pero no le hacen caso y ríen. "Han de venir cocos..." el Chory siente la necesidad de pensar un día entero en cinco minutos, la urgencia de correr hasta el cerro del Centinela para salvarse, pero le vale madre porque ni dolor ni cansancio, puro Speedy González bien loco.

Cada retazo de tela le trae un recuerdo diferente, "éste se parece a unas cortinas de la casa en Pueblo Nuevo, donde vivíamos en la cuartería de mi suegra, desde que llegamos de Sinaloa, Jacinto tenía la esperanza de conseguir trabajo en el otro lado, Loreto estaba señorita, la Licha tenía diez y Pedruchi siete años, pobrecito, en cuanto llegamos tuvo la suerte de caer en el excusado de la cuartería".

¡Se cayó el niño al excusado! ¡Licha! ¡Jacinto! ¡Sácalo Jacinto!. Pedro también grita asustado, se tranquiliza cuando ve a su mamá asomar la cabeza por el agujero de la letrina. La asfixia reina en ese mundo subterráneo, Pedrito piensa que el círculo de luz sobre su cabeza va a empequeñecer si él queda mucho tiempo ahí abajo. Quiere regresar a Culiacán.

Doña Refugio concentra su mente en la costura buscando olvidarse de los sucesivos abandonos, primero el esposo, Jacinto, quien además de trabajo consiguió otra mujer en California y abandonó la familia. Agradece a Dios la bondad de Doña Juana, su suegra, cuando los albergó en la cuartería sin cobrarles un cinco durante casi siete años, hasta su muerte por neumonía, entonces aparecieron los hermanos de Jacinto, quienes peleaban por la herencia desde antes de la muerte de Doña Juana. Previendo el desalojo, fueron a fincar en los Santorales, aunque no hubiera ni agua ni electricidad, solamente horizonte pintado con sierra.

Por fin sacan al niño del hoyo, lo bañan, lo cambian. Lo ponen a hacer flores amarillas de papel crepé, a juntar los cempasúchiles tirados pretendiendo limpiar sus pulmones con el olor de las flores. Los abuelos de Sinaloa quedaron atrás, aquí conoce a su abuela de Mexicali, ella le enseña a hacer flores, le da pan dulce con agua de jamaica. Pedro quiere a su Nana Juana, van a ir a ver a su Tata al panteón.

Al primer año en los Santorales Loreto se enfadó de plano, si de por sí puteaba cuando vivían en Pueblo Nuevo, ahora entre las carencias, con el primero que le habló largó pa' Los Angeles, llevándose a su hermana con ella. Refugio deja de hilar sus recuerdos un momento por las repentinas ganas de vomitar.

El Tiempo, implacable migra...

El Chory, de Shorty porque Pedro era muy chaparro, tropieza. Es alcanzado por los agentes del servicio de inmigración, pelea contra la oscuridad, ahora más densa, ellos golpean, disparan varias veces, lo arrastran al canal y lo avientan. La vista se le nubla, cae en la primera madrugada de su vida en Mexicali, un día dos de noviembre. Manotea desesperado pero sólo toca algo blando y húmedo que se desmorona. Arriba, otro Chory ya la hizo, cruzó el canal y peló hacia Mexicali, observando cómo desfila la multitud de carteles mientras atraviesa el bulevard Lázaro Cárdenas hasta cruzar la ciudad entera, llegar a unas casas raras, completamente ajenas y seguir adelante como si quisiera alcanzar al sol antes del amanecer.

Doña Refugio alcanza a llegar a la letrina, vomita por el agujero de tablas, como si estuviera buscando a alguien en su interior. Escucha la voz de Pedrito llorando, pero quien llora es ella, semidormida en la madrugada de hace un año exactamente, unas horas antes del despertar de los vecinos para ir al camposanto del Centinela este Día de Muertos en el que encontraron a su hijo, muerto a balazos, atorado en la maleza al borde del canal América.

Refugio saca a Pedrito de la letrina y lo mete a la casa, lo pone a ayudar con los retazos, con la costura, a acomodar las coronas. Pedruchi sube a la mesa junto a la Singer que le va a comprar a su mamá años después, Doña Refugio le alcanza un extremo de la extraña prenda cosida durante toda la noche, hecha de encajes y telas diversos, una larga tira de costura sin sentido, un raro collage con dos metros de longitud. Abajo, el Chory ayuda a su mamá a subirse a la silla, Pedruchi amarra el extremo de la tira a la viga del techo según instrucciones dictadas por ella, con mucha paciencia. El Chory anuda por fin el otro extremo de la tira al cuello de su madre, la besa en la frente, Doña Refugio le da la bendición, se toman de la mano con Pedrito para lanzarse a fincar casa en otra colonia, hecha de tierra y oscuridad.

A las siete de la mañana los habitantes de las colonias conocidas como Santorales, parten rumbo a los panteones. La mayoría va al del Centinela. Alcanzan la procesión de vehículos impregnados con flores, integrada desde diversos puntos de la ciudad. En el panteón conviven con los difuntos a través del recuerdo. Están presentes vivos, muertos y hasta los aún no nacidos de los años venideros. Dentro del recuerdo de sus vivos, los muertos recuerdan a sus propios muertos y así sucesivamente, a su vez los vivos son recordados por generaciones futuras que los visitan en los días de muertos siguientes.

La Muerte, truculento coyote.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Excelente cuento.
Muy ¨adoc¨ a las fechas. Sigue escribiendo Mario. Saludos (y)

12:52 a.m.  

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