La representación puesta en entredicho
Me sentí solo ¿Te has sentido solo? Como un fantasma deambulando por las calles, una sombra adherida a las paredes. Cuando nadie te entiende, cuando no penetras - por más que luchas - el marco particular de relaciones, ideas y prejuicios que rodean a cada persona. Cuando lo que dices se pierde en laberintos de malinterpretaciones y tus amigos parecen fotografías inalcanzables, planas, sin poder ver el reverso por más vueltas y acechanzas en busca de su esencia ¿Sabes algo?: Mi vida se convierte en una pantomima absurda, extiendo el brazo para abrirte el pecho y tocar tu corazón, pero sólo siento la fría y lisa superficie del cristal que nos separa.
Entonces huí de todos, hasta de mis mejores amigos, porque me pasaban por un filtro antes de escucharme realmente (que es sentirme). Busqué alguien más puro, alguien con los ojos abiertos a ver, inmensamente abiertos. Y la encontré a ella, joven sin contaminar, su esencia era agua cristalina a flor de piel, transparente, lista a envolver mi cuerpo apenas sumergirme. Me entregué completamente, le di todo de mí y ella era una esponja mágica de incesante absorción. Le enseñé, la acostumbré. En pocas semanas las palabras sobraron, bastaba que yo hiciera algunos gestos para que ella me correspondiera. Vivimos largo tiempo juntos.
Un día, antes de salir de casa, me despedí de ella con un beso. Ella se despidió de mí con un beso. Le dije adiós. Me dijo adiós. Le lancé un beso. Me lanzó un beso. Tragué saliva como si tragara una pelota, me acerqué y extendí el brazo. Ella extendió el suyo. Al hacer contacto sentí la fría y lisa superficie. Me había quedado solo frente a un espejo.
Entonces huí de todos, hasta de mis mejores amigos, porque me pasaban por un filtro antes de escucharme realmente (que es sentirme). Busqué alguien más puro, alguien con los ojos abiertos a ver, inmensamente abiertos. Y la encontré a ella, joven sin contaminar, su esencia era agua cristalina a flor de piel, transparente, lista a envolver mi cuerpo apenas sumergirme. Me entregué completamente, le di todo de mí y ella era una esponja mágica de incesante absorción. Le enseñé, la acostumbré. En pocas semanas las palabras sobraron, bastaba que yo hiciera algunos gestos para que ella me correspondiera. Vivimos largo tiempo juntos.
Un día, antes de salir de casa, me despedí de ella con un beso. Ella se despidió de mí con un beso. Le dije adiós. Me dijo adiós. Le lancé un beso. Me lanzó un beso. Tragué saliva como si tragara una pelota, me acerqué y extendí el brazo. Ella extendió el suyo. Al hacer contacto sentí la fría y lisa superficie. Me había quedado solo frente a un espejo.
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