sábado, enero 15, 2005

Aborto

- ¿Qué te dijeron?...
Su expresión era elocuente, la pausa postpregunta remataba el mensaje: análisis positivos.
- Luis...
El nombre golpeó a su dueño, Luis buscó las palabras adecuadas, la justificación universal, qué más daba, sólo lograr dignamente el objetivo (si era posible, porque si no...).
- No podemos tenerlo. Tus padres...
¿Se restregaba las lágrimas o asentía? ¿Fué adecuado el tono de voz?.
- Mañana te vas a San Diego.
Tardó un poco pero al fin lo hizo. Una semana después, durante la cual Luis se entretuvo pensando, unas veces queriendo y otras no. La tentación de abarcar posibilidades en una idea lo narcotizaba constantemente: "Qué pasaría si... Cómo sería si... Y si yo...". Pero no se permitía avanzar demasiado sin dejar caer la guillotina sobre cualquier lógica resbaladiza que empezara a achicarle el pecho.

Lo bueno de ella era su obediencia, le dolió pero aceptó. Papá y Mamá: Dioses aún demasiado grandes para los valores que presumía haber heredado, puritita mojigatería, ésa era la única herencia real. La tristeza y el dolor procedieron de otras fuentes mucho, pero muchísimo más antiguas, ancestrales. Instintivas.

Cuando regresó, le dijeron que la última persona en ver a Luis fue un amigo cercano, quien relataba insistentemente su desintegración en porciones difusas, como si una gigantesca aspiradora invisible lo hubiese absorbido. Nadie le creyó, sin embargo nunca encontraron a Luis.