sábado, enero 15, 2005

Desempleos

Tú me conoces, es más, me conoces demasiado. Acuérdate, fue en Gobierno del Estado, donde trabajábamos juntos, también en la Volkswagen y en Ferrocarriles. Y en la Telefónica. Hemos laborado en decenas de empresas, públicas o privadas.

¿Te acuerdas de los primeros días? Yo andaba por la ciudad con el cerebro puesto en automático, sin poder creerlo. El impacto inicial lo deja a uno insensible, embotado. Esa parte fue tan rápida que ya la olvidamos, el mundo no se acaba por un empleo, teníamos confianza en las capacidades propias, en fin, "De mejores sitios me han corrido".

Entonces empezó la creciente desesperación, bajo la forma de una sombra lejana, allá como a cinco cuadras le vimos escabullirse. La siguiente semana estaba a cuatro cuadras, pero no era problema, al cabo a tu esposo no lo habían recortado. Todavía quedaban muchos recursos de los cuales echar mano, que para eso tenías dos. Basta ya de andar tocando puertas por toda la ciudad, a trabajar por cuenta propia, yo sé cocinar-lavar-vender tacos-hot dogs-lavar carros-acarrear escombro en el Pick Up-hacer Coffe Cakes-tamales-dibujar rótulos-escribir cuentos.

Nos volvimos a encontrar, ahora en la calle. Un desempleado reconoce a otro de inmediato. Fué cómico, porque después de saludarnos tú me vendías ropa de Los Angeles y yo te preguntaba si querías comprar sandía del Valle. Ninguno traía dinero. Ya no estaba a cuatro cuadras, aquélla sombra se presentó de frente, sacudiéndote de los hombros, cuando oíste los rumores de otro recorte en la empresa donde trabajaba tu esposo.

Empezaste a temer de todo, casi eras un delincuente por no poder comprobar tu modus vivendi ante la policía. Nunca te interesó averiguar cómo le harían los que no pudieron pagar una educación en su juventud, ahora incapaces de dar consultas por su cuenta, ni de llevarle la contabilidad a un amigo, ahora hasta te sentiste tentado de ir a espiarlos, a ver si aprendías algo.

En todas las pantallas, papeles y bocinas, se anunciaba la salvación en tres siglas (T.L.C. o U.S.A., lo mismo daba). Mas este Mesías se hace esperar. Con que la agarre de almacenista en alguna concesión transnacional ya la hice. Nomás estoy esperando abrir las puertas, que entre el Gran Señor y ponerme a sus órdenes, ya tengo mi ridículum listo (en versión bilingüe). En fin, me aferraré al T.L.C. cual si fuera un clavo ardiendo, aunque sea el de mi propia crucifixión, porque la bonanza será pasajera, después de cierto tiempo volverá la sombra, pero ya no habrá para donde hacerse, porque para ese tiempo el Gran Señor será dueño del País, del Gobierno... y del Ejército.

Entonces tú te vas a acordar de mí, es más, te vas a acordar demasiado. Te vas a acordar de cuando me conociste en Panamá, en Puerto Rico, en Nicaragua. En decenas de países donde el falso Mesías ya reveló su verdadera cara, allá, como cinco cuadras atrás.